La historia de Carlos Henrique Raposo es una de las más asombrosas que se puedan contar en el fútbol. ¿Se puede ser futbolista profesional sin jugar al fútbol? El testimonio de Carlos “Kaiser” nos deja claro que sí.
Esta es la increíble historia de un brasileño que logró convertirse en futbolista profesional durante 20 años sin jugar ni un minuto. Pese a no ser un gran jugador pero gracias a sus contactos y “triquiñuelas”, Raposo consiguió militar en varios de los mejores clubes de Brasil, además de jugar en México, Francia y Estados Unidos.
Futbolista por necesidad
Carlos Henrique Raposo nació en Río de Janeiro el 2 de abril de 1963, donde fue criado por su familia adoptiva. Como cualquier otro niño de su edad, Raposo jugaba al fútbol en la calle mientras soñaba con que algún día se convertiría en futbolista profesional. De joven, Raposo desarrolló el cuerpo de un gran atleta. De hecho, y por su parecido con Franz Beckenbauer, le apodaron con el sobrenombre de “Kaiser”.
Al cumplir los 10 años, la madre de Raposo vendió sus derechos federativos a un empresario para que explotase su carrera como futbolista. Es así como comenzó a jugar en el Botafogo y a mantener a su familia con el poco dinero que ganaba. El fútbol se había convertido en una obligación para Kaiser, que pronto perdió la ilusión por jugar al fútbol. “Mi madre me utilizaba para ganar dinero y por eso me metí en esto”.
La muerte de su madre adoptiva a los 13 años no le libero del “castigo” de ser futbolista “La penalización para quedar liberado del contrato con aquel empresario era muy alta, así que quede atado a ese contrato hasta los 41 años”, reconoce el “futbolista”.
Raposo firmó su primer contrato profesional con 16 años para jugar en México. “Yo quería estudiar y ser profesor de educación física así que decidí hacer todo lo posible por no jugar. Entrenaba bien pero llegaba el fin de semana y fingía alguna lesión. No quería jugar pero tenía que hacerlo porque tenía un contrato firmado. Así pase de un club a otro ya que los dirigentes no podían admitir que habían contratado un jugador que no rendía”.
Los orígenes del fraude
La historia de Kaiser Raposo oscila entre el reconocimiento de un engaño y el orgullo de un mentiroso por engrandecer su “historia”. Quizá por eso no ha tenido que meter un solo gol para convertirse en una gran leyenda del fútbol brasileño.
Su amigo, el ex-futbolista del Real Madrid Ricardo Rocha le califica así: “Es un gran amigo, una excelente persona. Pero no sabía jugar ni a las cartas. Tenía un problema con el balón. Nunca lo vi jugar en ningún equipo. Te cuenta historias de partidos, pero nunca jugó, estoy seguro. En una disputa a mayor mentiroso, Pinocho perdería con Kaiser”
Tras un breve paso por el Puebla mexicano y el Paso de Estados Unidos, Kaiser asegura que pasó su juventud en Argentina y que acabó formando parte de la plantilla del Independiente de Avellaneda campeón de la Copa Intercontinental en 1984.
Lo cierto es que en aquel equipo jugaba un Carlos Enrique (sin “h”), hecho que pudo aprovechar para engordar su leyenda. Tras conocerse la coincidencia Kaiser ha reconocido que, a diferencia de su homónimo, no jugó ni un minuto pero que si llegó a celebrar el campeonato con sus compañeros (algo que por cierto niega el club argentino).
A pesar de su buena forma física Raposo nunca fue un gran virtuoso con el balón en los pies. A los 23 años Kaiser estaba lejos de convertirse en un gran futbolista pero se amigo de muchos de ellos (Renato Gaucho, Ricardo Rocha, Carlos Alberto…). Kaiser comenzó a frecuentar los lugares donde se reunían los futbolistas profesionales y allí se los ganaba con su extrovertida manera de ser.
Su primer gran amigo fue Mauricio, estrella del Botafogo. De su estrecha relación con él y de las necesidades económicas de Raposo nació la leyenda del mayor farsante de la historia del fútbol. Kaiser convenció a su amigo para que le metiese en el primer equipo del Botafogo y a los pocos días consiguió firmar un contrato de prueba. Pero ¿Cómo iba a convencer al club de que era un futbolista profesional? Su táctica era sencilla, firmaba el contrato, hacía una prueba y en los primeros minutos del entrenamiento se hacía el lesionado.
“En esa época no existían las resonancias magnéticas y bastaba con hacer un movimiento extraño y llevarse la mano al muslo. Cuando los días pasaban, tenía un amigo que era dentista y me daba un certificado médico diciendo que tenía algún problema”. Pasaron los meses y Raposo no jugaba.
Kaiser sabía que no aguantaría con esa farsa en el mismo club por lo que fue creando una red de contactos en el mundo del fútbol. Futbolistas, entrenadores, agentes, periodistas, presidentes…todos se llevaban bien con Raposo que a partir de ese momento siempre encontraba acomodo en algún otro equipo.
Peleas, lesiones y demás argucias para no jugar
Un año después fue su colega Renato Gaúcho el que lo colocó en el Flamengo, donde volvió a repetir la misma operación sin jugar ni un solo minuto. La ex-estrella brasileña reconoció que Kaiser “Era un enemigo del balón. En el entrenamiento le decía a un compañero que lo golpeara, para así marcharse a la enfermería”.
En 1989 firmó por el Bangú, cuyo propietario era el magnate Castor de Andrade. En un partido en Curitiba, el todopoderoso presidente exigió a su entrenador que Raposo fuese convocado, por lo que comenzó el encuentro desde el banquillo.
Tras ir perdiendo 2-0 Andrade ordenó a su técnico el debut de Kaiser, que comenzó a calentar con el temor de ser descubierto. Pero Raposo se las ingenió para salir airoso y se encaró con la hinchada rival provocando una trifulca por la que fue expulsado antes de salir al campo. Cuando Castor de Andrade fue a pedirle explicaciones, Kaiser sacó su lado más embaucador “Usted es como un segundo padre para mí y aquellos aficionados le estaban llamando ladrón, no lo podía permitir”. Tras aquella gran interpretación, el propietario decidió renovarle el contrato y duplicarle el sueldo.
Y es que si para algo tenía talento Kaiser era para hacer amigos. A los futbolistas se los ganaba organizando fiestas y trayendo lindas mujeres a las concentraciones. Y es que Kaiser solía reservar un par de habitaciones en el hotel en el que se iban a hospedar para montar “guateques” clandestinos. Pero Kaiser también tuvo el cariño de los propietarios y entrenadores. Aunque le encantasen las fiestas, Carlos no bebía y sabía alejar a sus compañeros de las malas compañías. “Los dirigentes preferían tener a alguien que no jugase pero que mantuviese al equipo unido y a los jugadores alejados dela mala vida”.
Kaiser también cuidaba sus relaciones con la prensa, donde tenía muchos amigos que no dudaban en dedicarle artículos positivos sobre su juego. Así consiguió numerosos contratos, aprovechando la escasa información que los clubes manejaban en aquella época.
A pesar de no jugar ni un solo minuto, Raposo no dudaba en alardear de su condición de futbolista, sobre todo ante las mujeres a las que solía regalar camisetas. Ante sus compañeros presumía de tener grandes ofertas de Europa. Para ello se compró un teléfono móvil de juguete, con el que simulaba negociaciones en inglés (a pesar de no hablar ni papa)
Un ídolo en Córcega
Raposo también tuvo una experiencia europea con el Ajaccio francés. En su presentación todo estaba listo para que entrenase sobre el césped delante de los aficionados. Pero Kaiser no quería arriesgarse a quedar en ridículo y cambió los planes. Al salir al césped besó la bandera de Córcega (ya que sabía del nacionalismo reinante en la región) y comenzó a regalar todos los balones a la grada para ganarse a sus nueva afición. Raposo salió ovacionado. En Francia fue uno de los pocos clubes en los que se llegó a vestir de corto. Una vez jugó 20 minutos, fingió un desgarro y pidió seguir jugando por amor a la camiseta. Para los hinchas del Ajaccio se convirtió en un ídolo.
Pero su farsa en Europa tampoco se alargó demasiado y acabó regresando a Brasil. Allí terminaría su carrera con 41 años y tras pasar por equipos como el Fluminense, Vasco Da Gama, América FC y Guarany de Camaquã.
Kaiser, Una vida de película
En la actualidad Carlos Henrique Raposo ha cumplido su sueño y es personal trainer en Brasil. Sus andanzas salieron a la luz hace un par de años, con lo que se ganó una gran fama en su país. Pese a su fama de estafador, Kaiser reconoció en un programa de televisión que no se arrepiente de nada “Los clubes han engañado tanto a los jugadores… Alguno tenía que vengarse por todos ellos”.
Extraído de memoriasdelfutbol.com