Ya es tradición que al pasar los autos por la entrada norte de Temuco dediquen su mirada al que fuera el  gran centro comercial Mall Temuco 2000, cerrado más o menos  hace 10 años.
Imposible no recordar dos hechos significativos. El primero ocurrió pocas semanas antes de su inauguración en 1993, cuando los guardias daban su ronda nocturna a altas horas de la madrugada. De pronto uno de ellos al pasar por el pasillo central, vio a alguien subiendo por la escalera mecánica, alto, con sombrero y un largo abrigo negro. Al acercarse a el por la espalda para interrogarlo el guardia le toca el hombro y el sujeto se da vuelta, y al verle la cara el funcionario pierde la cordura y los colegas que lo encuentran en los pasillos lo llevan al hospital completamente ido. Del sujeto alto de negro nunca más se supo, y del suceso ya se sabe que se propagó rápidamente por todos los habitantes de Temuco convirtiéndose en el más popular de nuestros mitos urbanos locales.
En esos años me imaginaba historias fantásticas que ocurrían en los entretechos, con personas  que vivían ocultos de las miradas  civilizadas, entre las sombras. Sin embargo todas esas fantasías se tornaron aún más imposibles durante los cinco años que estuve trabajando al ver que los espacios para que eso ocurriera eran bastante reducidos. Claro que había mucho mall que no conocí, como las grandes bodegas del segundo piso donde guardaban sus alimentos los locales del patio de comidas, y la gran cantidad de oficinas administrativas que existían en el primero. Y las bodegas del Supermercado. Y el tercer piso, arrendado para eventos, al que siempre vi pasar gente pero que nunca visité.

La decadencia del mall comenzó casi desde su nacimiento, con grandes tiendas que se fueron rápidamente y otras que nunca llegaron, con estrategias de marketing que no fructificaban, con pasillos casi vacíos de lunes a viernes y con locales que comenzaron ya no a cerrar sino a quedar desocupados.
Tal vez fue la supuesta aparición del diablo. Digo supuesta porque nunca la creí. Al igual que en todo edificio grande en el que me tocó trabajar o estudiar en mi vida, siempre se decían que de noche habían  guaguas que lloraban o puertas que se cerraban solas, sin embargo en todos generalmente yo era de los últimos en retirarme, quedándome solo en incontable oportunidades. Y como en todos nunca vi una sombra fuera de lugar, y nunca oí un ruido extraño o inexplicable. Los pasillos más alejados contaban historias de cualquier tipo menos de susto (algunas de ellas para mayores de edad que involucraban guardias, cajeros o administradores  casi siempre con la misma locataria). Sin embargo una de esas noches en que estaba cerrando mi local tras cuadrar mi caja una señora del aseo, bastante antigua entre sus pares, me contó que ella había conocido al guardia que había visto al sujeto de negro. Y que efectivamente estaba internado en el siquiátrico desde aquel día. De todas sus colegas ella era la más creíble, no se metía en ningún enredo y era muy amable. Curiosamente desde aquella noche no la volví a ver. Claramente se cambió de trabajo.
Tal vez la decadencia del mall se debió a lo alejado que estaba del centro de Temuco. Esa distancia lo convertía en blanco de asaltos nocturnos, o quizás qué otras cosas. El segundo hecho significativo del que hablaba anteriormente lo viví como testigo presencial: fue un fin de semana en que estaba trabajando y de pronto aparece una pareja de sujetos bastante nerviosa, que tras sentarse un rato desapareció de mi vista. Los funcionarios del aseo comenzaron a inquietarse. Rápidamente llegaron los rumores de que la pareja estaba arrancando de Carabineros y que se había escondido en el entretecho del segundo piso. Antes de darme cuenta el patio de comidas se llenó de Carabineros de uniforme, muy nerviosos y caminando muy rápido. Pronto andaban con las armas en la mano, más de un cliente comenzó a retarlos porque asustaban a la gente. En eso un grupo sube al tercer piso mientras otro desarma una pared y trepa hasta el entretecho. La funcionaria más joven del aseo me mira con pánico, eso nunca lo olvidaré. Y luego tronaron dos disparos. La gente se paró desesperada y yo abrí las puertas del mesón de mi local para que los más cercanos se escondan en los pasillos de servicio.  Luego Carabineros dio la orden de que se desaloje todo el centro comercial de inmediato, sin dar tiempo ni siquiera para guardar el dinero de las cajas. Todos obedecimos y salimos por cerca de una hora, tras lo cual se nos permitió regresar. Al ser yo uno de los primeros en entrar pude ver la grande, espesa y viscosa mancha de sangre en el suelo del segundo piso, la cual la joven funcionaria del aseo intentaba trapear sin éxito.

Menos de un año después cambié de trabajo y no volví sino como cliente cada vez menos frecuente. Los locales vacíos eran tantos que estaban cerrando hasta los pasillos. El patio de comidas cada vez tenía menos gente. Al irse las grandes cadenas de comida rápida fueron reemplazadas por versiones locales de imitación, y ya ni siquiera encendían todas las luces, por lo que comer ahí era deprimente. El supermercado fue uno de los últimos en irse con lo que acertó el golpe definitivo al mall, que se habría salvado si el Rodoviario hubiera decidido instalarse ahí y no unos cuantos metros más al sur. Pero como no fue así, el primer centro comercial realmente grande que tuvo Temuco terminó bajando todas sus persianas, perdiéndose con el muchos puestos de trabajo. Atrás quedaría la ilusión del conjunto habitacional proyectado, su cercanía con el Hotel o el Condominio, las exposiciones de mascotas de los sabado, las competencias en el estacionamiento, el atochamiento para el verano o para el día del niño, los clientes ilustres como Nicole, Tito Noguera, Cecilia Echeñique… los colegas, las travesuras, las aventuras, las siestas al aire libre a la hora de colación…

Ahora quedan los sueños recurrentes donde regreso a trabajar allá, a veces en mi local original, a veces en locales de imitación. A veces atendiendo publico masivo, otras en calidad de local clandestino. Ahora al entrar a Temuco miro la enorme construcción, que algunos tildan de elefante blanco usado para lavar dinero, y pienso cuánto tiempo va a pasar antes que algún grupo de niños o jóvenes traviesos haga una apuesta para pasar la noche de Halloween o San Juan en su interior, seguramente en complicidad con algún guardia que los dejará pasar para desaparecer apenas le den la espalda. Visitarán locales polvorientos, se imaginarán la gente y productos vendidos, recorrerán pasillos cerrados por décadas, subirán a los niveles superiores o descenderán a profundas y oscuras bodegas siguiendo a algún tipo alto  de negro y con sombrero, del cual según se contaba el año 93 el guardia había alcanzado a describir un poco, antes de perder la cordura. Y de esto habían dos versiones: una era que su cara no tenía rostro, y la otra es que tenía una sonrisa literalmente desde una oreja a la otra.

Extraído de Lanquino Temucano